Y el Mar Pidió un Deseo

Hace ya unos años (ahora tan solo unas horas), me hallaba yo recorriendo una de las bellas y escondidas playas del Caribe, escuché una bonita leyenda de la boca de un pescador sin barca, que esperaba pacientemente en las rocas a que los peces cayeran en su engaño.

 

Su abuelo le había contado que la criatura más linda que hubiera dejado sus huellas en la arena de aquella playa vivía justamente allí junto a unas palmeras que parecían querer agacharse para beber del mar. Ella gustaba de acercarse a la orilla, y jugar a que las olas no le mojarán los pies, luego cuando estaba cansada, se sentaba en la arena a escuchar el chisporrotear del agua.

 

Ella no se daba cuenta que el ser vivo más grande del mundo se había ido enamorando lentamente de ella. Cada vez que había intentado acariciarla con los dedos de sus olas, ella se acercaba y cuando estaba a punto de tocarla se ponía de nuevo fuera de su alcance. Cuando ella permanecía sentada contemplándole, él la llamaba a su lado, rompía su voz contra las rocas, la susurraba arrastrando sus palabras en la arena, pero ella parecía ignorarle.

 

Él desesperaba, pero los lenguajes del amor son infinitos y el mar sabía muchos de ellos. Un día, ella bajó a la playa y se encontró una caracola, se la acercó al oído y escuchó una melodía que la llegó hasta el corazón. Ese día embelesada por el sonido de la caracola apenas se percató cuando el agua le llegó hasta la cintura. A partir de entonces encontraba de vez en cuando caracolas que encerraban bellas partituras que su amante secretamente había compuesto para ella.

 

Fue por entonces cuando empezó a sentirse atraída por ese agua salada a la que tanto había jugado a esquivar. La encantaba bañarse, sumergirse por completo, flotar en ella.

 

Uno de tantos atardeceres, apareció un delfín. Ella se agarró a su aleta y puso rumbo al horizonte donde el sol se ahogaba en el mar. El paseo fue maravilloso.

 

Y así el mar iba conquistando su corazón. Ella cada vez pasaba menos tiempo lejos del agua y a veces se quedaba soñando en la orilla.

 

El mar sufría su ausencia y al borde de la locura, o mejor dicho de la tormenta, le pidió un deseo a un Dios amigo que le debía muchos favores. Esa misma tarde ella se había dormido, al despertar intentó levantarse pero no pudo, miró a sus piernas, éstas habían desaparecido y en su lugar, tenía una larga cola de pez.

 

La sorpresa no la entristeció, más al contrario sonrió, miró al Mar y dijo ¡GRACIAS!

 

Se dejó llevar por la marea de la playa para ya jamás abandonar los brazos de su verdadero amor.

 

Su nombre era SIRENA.

 

FIN

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